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    Testimonio de Saily González sobre su arbitraria detención

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    La activista cubana Saily González Velázquez, exmiembro de la plataforma Archipiélago, ofreció un relato tras su detención arbitraria el pasado viernes 14 de enero.

    González Velázquez fue detenida cuando se dirigía al Tribunal Provincial de Santa Clara, para presentar un recurso de Habeas Corpus en favor de los familiares de Andy, detenidos horas antes por esbirros de la Seguridad del Estado.

    A continuación, se reproduce íntegramente el testimonio de Saily González:

    “¿Ustedes se acuerdan del Tío Scar de “El Rey León”?

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    Eso fue lo que me recogió a mi ayer en el auto blanco particular. Este también tiene los ojos azules y cara de hijo de p….a. El Tío Scar venía acompañado de sus secuaces, las leonas con caras de guaricandillas. ¿O eran hienas? A los treinta siempre es difícil recordar bien las películas de la infancia.

    El Tío Scar chirrió goma cuando me vio doblar la esquina de mi casa. Levantó una tremenda cantidad de polvo, porque las calles (de los revolucionarios) de por mi casa, han perdido ya el asfalto.

    En lo que el Tío Scar se bajaba se me tiraron las tres leonas con caras de guaricandillas, para lo primero que se tiran es para el celular. Le tienen terror a las directas. Me dio tiempo a empezarla, pero ellas eran más (cuatro leonas contra mí, para ser exacta) y enseguida me lo quitaron, supongo que lo hayan apagado de inmediato. Nótese que ya estos adefesios saben cómo apagar un Iphone, y ofrezcámosles un aplauso deportivo.

    Aún no sé por qué el Tío Scar me propinó una torcedura en la mano derecha, si yo no me resistí en lo absoluto a esta detención arbitraria. Tuve que llamarle la atención para que dejara de excederse en el uso de la fuerza contra mí que, no sé si saben, mido 1.64 m y peso 52 kg. Por suerte me hizo caso y fuera de la mano derecha hinchada, mi mano más querida, por cierto, no tengo más daños físicos.

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    Creo que el Tío Scar es el nuevo agente que “me atiende”. Fue el mismo que me interrogó el día en que me secuestraron los cinco machangos. La verdad es que fallaron al asignarme un represor violento. Yo con esa gente no tranzo. Lo mío es la paz y a la violencia le respondo con sarcasmo, porque la violencia tiembla ante el sarcasmo.

    En el trayecto hacia donde después supe que era Instrucción Penal, pues a mí nadie me dijo ni su nombre, ni el por qué me llevaban, ni para dónde (trato hacia los ciudadanos por parte de los agentes de la policía política que no es para nada una rareza en Cuba), tuve la oportunidad de llamarle a todos lo que eran: esbirros, represores y feos. Una de las leonas ostentaba notablemente este último calificativo.

    Una vez en Instrucción y luego de algunas payasadas verbales por parte de las leonas, que ya se habían convertido en hienas por la manera en la que reían, y que a mí la verdad es que me da vergüenza ajena contarlas, fui recibida por un bulto de guarapitos de diferentes rangos (para mí, guarapito es todo lo que venga vestido de verde). Yo no dejé de realzar su buen trabajo en este sentido con la frase, en voz alta: “Uf, ¡qué recibimiento!”, y de inmediato me pasaron a lo que debe ser el cuarto frío. En este caso el cuarto frío no estaba muy frío, por el mal funcionamiento en que resulta la longevidad del aparato enfriador.

    Ahí me esperaba la muchacha Claudia de uniforme verde que anotaba cosas sobre mí, cosas sencillas, nada serio: nombre, carnet de identidad, ¿para dónde iba cuando me detuvieron?, ¿dónde estudié?, ¿dónde trabajaban mis padres?, ¿cómo me llevaba con ellos? y si estaba de acuerdo con el proceso revolucionario. Esta pregunta era de sí o no, y como que no podía argumentar mi respuesta tuve que responder que no sabía a qué se refería con tal cosa como el proceso revolucionario.

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    Enseguida apareció la guajira Yamilé de uniforme azul, que no sabe nada del 15N, ni de Archipiélago, ni de lo que yo publico en redes sociales, lo de ella es imputarme delitos sin pruebas. A Yamilé la conozco porque es la instructora a cargo de mi caso (aún abierto según me contó) de actividad económica ilícita y receptación. Ella no es muy coherente, empieza a hablar de una cosa y termina en otra, tampoco le gusta que la interrumpan, aunque interrumpe a uno todo el tiempo diciendo “permiso”, por lo que resulta muy difícil dialogar. Yamilé tampoco sabe que el artículo 54 de la Constitución de la República me da derecho a expresarme libremente, porque Yamilé no sabe andar en la aplicación que tiene en el teléfono con la Constitución.

    Por Yamilé finalmente me enteré del por qué estaba ahí. Me iban a acusar de desacato por poner en mis redes “Díaz-Canel Singao”, cosa que es posible, pero que no recuerdo haber hecho. En cualquier caso, no entiendo cómo poner en redes o decir “Díaz-Canel Singao” es algo diferente a expresarse libremente. Lamentablemente, Cuba es un país donde cientos de personas, en su mayoría jóvenes, están siendo ya no acusados, sino juzgados precisamente por decirlo el 11 de julio.

    Desde que llegué, pregunté el motivo por el cual me habían llevado para allá y todos me respondían que luego me enteraría. Cuando me dijeron, calculo que habrían pasado unas dos horas desde que llegué.

    Yamilé me explicó (más o menos) el procedimiento que debería seguir yo según la nueva ley de procedimiento penal, en el caso de que yo me rehusara a declarar sin abogado, como suelo hacer. Dice que tengo 48 horas para llevar uno y declarar con él al frente. 

    Llegado a este punto, creo que es válido recordar que yo anuncié por mis redes sociales minutos antes de salir, que me dirigía a presentar el recurso de Habeas Corpus para Roxana, Jonatan, Pedro y Yenia, desaparecidos forzosamente en la mañana, mientras se dirigían hacia el Tribunal donde se ejecutaba el juicio de su familiar Andy García Lorenzo, preso político del 11 de julio, que nadie fue a mi casa con citación oficial alguna para que yo me presentara en las oficinas de Instrucción Penal por haber incurrido en un delito, y que yo fui forzosamente introducida en un auto particular por un grupo de seis personas de civil, cuatro que fueron en el auto conmigo y dos en una moto al lado. 

    No entiendo entonces cómo de pronto yo estaba en Instrucción Penal acusada de desacato. ¿Desacato a quién? Al gobierno de Cuba que no desea que los ciudadanos ejerzamos nuestros derechos ni utilicemos los recursos que tenemos para defendernos como ciudadanos ante la arbitrariedad.

    También llegó la doctora a tomarme la presión y a examinarme. Yo estaba entera. Oculté la contusión en la mano derecha porque sé por el testimonio de Leonardo Romero del 11 de julio, que a quienes tienen moretones o contusiones los dejan trancados hasta que se les quiten. 

    En eso entró la leona-hiena con cara de guaricandilla, que ostentaba notablemente el calificativo de fea y me dijo que tenía que desnudarme por motivos que no aclaró muy bien, o que yo no entendí, porque su dicción tampoco es muy buena. 

    Yo nunca he tenido problemas con eso. Menos aún en modelar estos huesos. Desde pequeña, mi autoestima está alta en este sentido, pues mi vecina Zuly me decía que parecía una cuquita, así que siempre me he creído que estoy linda y rica. La leona-hiena no piensa lo mismo y así me lo hizo saber. Tuve que responderle como iba.

    Un rato después, me trajeron mis cosas para que yo las revisara delante de Claudia y Yamilé (como si no las hubiesen revisado los otros ya). Ahí la guajira Yamilé decidió que me ocuparían el teléfono, el disco duro donde llevaba los Habeas Corpus que me dirigía a imprimir para Roxana, Jonatan, Pedro y Yenia, y los EarPods para hacerles un peritaje. Pues son esos los artículos que según ella yo uso para delinquir. Esa acta de ocupación de mis artículos personales para investigarlos sí que la firmé.

    Aprovechando que tenía otra vez parte de mis pertenencias conmigo, le dije a Yamilé que quería fumar, y después de repetírselo varias veces, me sacó a un pasillo que hay detrás de la otra puerta del cuarto frío, un pasillo vacío. Después del cigarro ella y quien estaba dentro, que no sé quién era entonces, armaron una pantalla que nunca entendí, Yamilé me obstruyó el paso a lo que vi, por el cartel en la puerta, que en verdad se llamaba “sala de grabación”, me dijo que no podía entrar todavía, apagaron la luz del pasillo en el que estábamos, y cuando regresamos ya mis pertenencias habían vuelto a desaparecer. 

    No sé a qué estrategia responde esto, pero a mí solo me pareció una cosa bastante ridícula. En algunas culturas esto y el hecho de tenerme ahí cinco horas sin tomarme declaración alguna ni interrogarme, acusándome de delitos que no he cometido (y esperen que esto sigue ahora), obligándome a desnudarme, con la entrada y salida constante de unas diez personas diferentes, dejándome sola en el cuarto frío o sala de grabación por largos períodos de tiempo, se llama TORTURA.

    Me dejaron sola entonces. Oportunidad que aproveché para “decidir estar presente” (no sé si saben que yo practico yoga y meditación desde que empezó la cuarentena en el 2020), hasta que llegaron dos inspectores del Ministerio de Comunicaciones con otro adefesio, vestida de civil con cara de guaricandilla, que tampoco se identificó, para decirme que me iban a multar con 3,000 pesos por violación de la Ley 370. Los inspectores se comportaron como los funcionarios que son, en contraste con el adefesio, que más bien se comportó como si aplicar la Ley 370 se tratara de un asunto de solar.

    Mientras estábamos en eso, volvió la guajira Yamilé para contarme que me iba a “ayudar” y en lugar de acusarme por desacato, me iba a acusar por desórdenes públicos en las redes sociales, cosa de lo que también me declaro inocente y, en consecuencia, no firmé tal acusación. Los que firmaron como testigos fueron el adefesio con cara de guaricandilla y uno de los inspectores.

    Yo no sé muy bien de leyes, pero esto de estar cometiendo un delito de desórdenes públicos en las redes sociales me parece de lo más absurdo e improcedente.

    Otra vez sola. Y esta vez decidí disfrutarlo. Conté los 120 rectángulos que conforman el cielo raso, los 12 cuadrados de tabla que conforman las paredes, los 24 cuadrados de la lámpara de techo. Me di cuenta de que la silla de los acusados en ese cuarto estaba fijada al piso con cemento, y noté cómo de pronto habían aparecido en el cuadrado de tabla de al lado mío, rayados con algo filoso sobre la pintura carmelita veteada que lo cubría, ocho letreros que decían “Patria y Vida”, uno que decía “Libertad para los presos políticos” y otro de “Abajo la dictadura”. ¿Quién los habrá dejado ahí?.

    También me puse a visualizar con los ojos cerrados la vida que tendré cuando logremos que caiga la dictadura. Hasta besé y le llevé el café de la mañana a la cama al hombre de mi vida en nuestra casa en Cuba Libre.

    Y volvió el Tío Scar a decirme que nos íbamos. Le pedí que por favor me tratara bien, que lo notaba alterado. Yamilé salió corriendo de otra oficina para hacerme firmar el acta de liberación. Eran las 6:15 pm, ya estaba todo oscuro. 

    Y otra vez en el auto blanco particular con el Tío Scar y las tres leonas-hienas con caras de guaricandillas. Una de ellas dice de pronto, mal actuando un papel que no le sienta nada: ‘Ay, casi se me pasa la directa’, y se pone a ver el programa de Otaola, momento que aproveché para comentarle lo bien que le hacía al pueblo de Cuba un programa donde se contaban tantas verdades y se abrían tantos ojos. Dice ella que Otaola habla mal de mí, y eso los tiene muy contentos. Cuando vuelva a tener teléfono propio voy a proponerle a Alexander Otaola resolver este asuntico. 

    Me dejaron justo en la esquina de mi casa. Conmigo se bajó la leona-hiena con cara de guaricandilla que ostentaba notablemente el calificativo de fea y me propinó un empujoncito cuando le sugerí que, por favor, se lavara el pelo alguno de estos días. Mis vecinos buenos lo vieron todo. Escucharon también las ofensas que me profirieron desde dentro del auto blanco particular.

    Cuando llegué a casa no había nadie. Mi madre, como la Mariana que es, había salido a hacer lo que había que hacer, orientada y acompañada por varios actores de la sociedad civil que también han decidido plantarle cara al terror y mostrar la solidaridad que necesitamos para que Cuba sea finalmente libre de dictadura.

    Llegaron al ratico y yo lloré conmovida al verlos. También me conmovieron las llamadas telefónicas de anoche, y los WhatsApp de esta mañana al teléfono de mi madre. Al terminarles esta historia, aún no he podido ver lo que ha estado pasando en las redes sociales, pero intuyo que tengo mucho que agradecer.

    Gracias, Gracias, Gracias, por mí y por Roxana, Jonatan, Pedro y Yenia. Todos corrimos más o menos la misma ‘suerte’.

    Voy a aprovechar la visibilidad que seguro va a tener este post para contarles que en estos momentos cada uno de nosotros, excepto Yenia, tenemos una multa de 3000 pesos por violación de la famosa Ley 370. Jonatan además tiene una multa de 500 pesos por tener un cable de electricidad instalado en su barbería y otra de 1000 por no querer demolerla.

    Tanto a Jonatan, como a Roxana y a mí, nos ocuparon los teléfonos y en esto momentos no tenemos cómo comunicarnos por vías propias. Agradeceríamos cualquier ayuda que la sociedad civil cubana (la CIA no, de la CIA no queremos nada) nos pueda ofrecer en este sentido.

    Apunte final: Ni a Roxana, ni a Jonatan ni a mí, nos devolvieron nuestros documentos de identidad. Gracias otra vez y nos seguiremos viendo por acá”.

    ¿Ustedes se acuerdan del Tío Scar de “El Rey León”?Eso fue lo que me recogió a mi ayer en el auto blanco particular….

    Posted by Saily Gonzalez Velazquez on Saturday, January 15, 2022

    Los seguidores de la activista reaccionaron a su mensaje: “Saludos Saily, todo el tiempo se estuvo pendiente de tu detención y de la familia de Andy. ‘Orlandito te lo cuenta’ ponía un post siguiendo toda la información que se recibía, excelente tu post, buen sentido del humor ante el peligro y quizás algunos entiendan ahora el efecto que tiene hablar en contra de los que enfrentan la dictadura y levantan su voz dentro de Cuba. Caramba, que no se acaba de entender que a veces le hacemos el trabajo sucio a la dictadura, despotricando de nuestros hermanos de lucha. Cuídate y eres muy valiente” … “Ya estás en casa, qué bueno. Horrible lo de estos esbirros, pero me alegro qué estés bien dentro de lo que cabe” … “Es duro leer tanta arbitrariedad, pero mucho más duro es vivirla. Sólo espero que a los cubanos que hacen estas atrocidades, algún día les pase para que vean qué se siente”.

    El activista cubano Magdiel Jorge Castro, quien se ha mantenido activo en las denuncias sobre estos sucesos, escribió en sus redes sociales: “Este es el video del secuestro de Saily… quiero que se fijen en la cantidad de personas dispuestas para trasladar a una mujer cuya defensa es un teléfono… al margen de la arbitrariedad la escena es un dibujo exacto de la realidad cubana… impunidad total!”.

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