Fallece padre de las hermanas Garrido, presas políticas del 11J

El padre de las hermanas Angélica y María Cristina Garrido González, presas políticas por los sucesos del 11J en el municipio mayabequense de Quivicán, falleció el pasado miércoles 14 de septiembre, según dio a conocer Luis Rodríguez Pérez, esposo de Angélica.

A través de sus redes sociales, Rodríguez Pérez publicó: “Si no es porque me queda un poco de coherencia, pensaría que hasta la muerte trabaja para la Seguridad del Estado. Se murió el papá de las hermanas Garrido y se murió en el peor momento. Sé que sueno un poco egoísta, pero por querer, quiero que no las toquen ni con esta tristeza de muerte”.

Los internautas lamentaron el fallecimiento del padre de las presas del 11J: “Cuánto lo siento, hermano. Fuerza y valor para la familia” … “Que descanse en paz su viejito. Llegue a toda la familia mi más sincero pésame. Fuerza para las hermanas Angélica y María Cristina” … “Cuánto lo siento. Mi más sentido pésame a las hermanas, a la familia y para ti un gran abrazo. Que en paz descanse el señor” … “EPD el papá de las valientes hermanas. Mi más sentido pésame para familiares y amigos” … “Sé que en estos momentos de tristeza no hay consuelo posible, pero pedir tranquilidad en este momento es vital. Siento tanto su pérdida como si fuera mía. Las comprendo porque ya pasé por eso. EPD vuestro padre”.

Este jueves el esposo de Angélica señaló que ambas hermanas fueron llevadas por separado a la funeraria para la despedida de su padre.

A continuación, se reproduce íntegramente el mensaje publicado por Luis Rodríguez Pérez:

“Sentada en el lobby de la estación de Policía de Bejucal, solita, llorando en silencio, recostada su cabeza a una columna fría, con sus frías y eternas esposas puestas, Angélica se quedó dormida esperando que regresara su hermana de la funeraria, pues las llevaron por separadas. Ella, se quedó dormida, y lloraba bajito.

Recostada su cabeza, su cabeza en recuperación, se durmió, esposada y solita, como sin familia, como sin Dios. No maldijo a nadie, no miraba, lloraba bajito y en el inmenso cansancio de su dolor, se quedó dormida; dormida, esposada y solita.

Pasó un oficial de la policía, se detuvo a su lado, la vio dormida y cerca de su oído dio una atronadora palmada. Aplaudió muy fuerte cerca de su oído y se alejó. Se alejó con el caminado alardoso de los guapos. Quizás queriendo impresionar a las guardias que la custodiaban; quizás la odiaba, odiaba al símbolo que ella es, al símbolo puro. Angélica se asustó, dio un brinco y cayó al piso.

¡Cuba, no sabes cuánto sufren tus hijos!

Ahora me llamó Lisandra Góngora.

– Luisi, no te preocupes -me dijo- yo la cuido. Le pasé la mano por la espalda hasta que se durmió. Está tranquila.

– Lisi, Lisi -no dije más.

– ¡Mi hermano, coño, mi hermano! -me gritó el teléfono- no llores, mi hermano. Todas las presas aquí estamos con ella.

– Sí, Lisi lo sé -le respondí con pausa.

– ¡Mi hermano, -volvió a gritarme- si esta tierra no se llamara Cuba, podría llamarse, Angélica Garrido!

¡Libertad para todos mis hermanos presos!  Que son iguales, que son idénticos, que son políticos”.